Desde que Disney tomase el control del universo Star Wars hemos tenido diversas series de la saga. Obi Wan Kenobi es la primera que se centra en los personajes principales, con los mismos actores encarnándolos, y eso hace que sea mucho más cercana a las películas.
Con seis episodios y, a priori, concebida como una historia sin continuación, con principio y fin, sitúa su acción entre el episodio III y el IV.
Diez años después del final de “La venganza de los Sith” el maestro jedi Obi Wan Kenobi vive oculto en el planeta Tatooine y protege, en la distancia, al pequeño Luke Skywalker. Cuando la princesa Leia es raptada sus padres le piden ayuda para rescatarla.
La relación entre Kenobi y la valiente Leia es uno de sus puntos fuertes. Establecen un vínculo muy bonito y, pese a no rebelarle sus identidades, ella recibe información de sus padres biológicos: Padmé Amidala y Anakin Skywalker.
El fin del ostracismo del maestro provoca que descubra una importante información: su antiguo discípulo, al que creía haber aniquilado y por lo que sentía fuertes remordimientos, sigue vivo en forma de Darth Vader.
Hay dos encuentros entre ambos. El primero me decepcionó bastante, pero el segundo sí estuvo a la altura de mis expectativas, teniendo en cuenta que sabíamos que ninguno de los dos iba a morir de momento.
Además, tenemos personajes secundarios potentes como la inquisidora Tercera Hermana, que se dedica a cazar jedis y que acarrea un doloroso pasado; y la miembro de la resistencia Tala Durith, interpretada por Indira Varma, a la que recordamos como Ellaria Sand en Juego de Tronos.
La serie más pura del universo Star Wars de las que he visto hasta la fecha.
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