Cristobal Balenciaga fue uno de los modistos más reconocidos del mundo. He admirado algunas de sus elegantes creaciones, auténticas obras de arte, en lugares como el Bellas Artes de Bilbao. Sin embargo, aparte de que era originario de Getaria (donde hay un museo en su honor, que tengo pendiente visitar) poco más sabía sobre la vida de este genio.
La miniserie Balenciaga desgrana, en seis capítulos, el periodo desde su desembarco en Paris, en 1937, hasta su retirada, en 1968.
Magistralmente interpretado por Alberto San Juan, descubrimos cómo aterriza en la capital gala, en plena Guerra Civil española, y cómo le cuesta hacerse un hueco en el mundo de la alta costura.
Hace frente a la llegada Segunda Guerra Mundial; a la irrupción de nuevos diseñadores, como Christian Dior; a la aparición de copias de sus modelos; y, finalmente, a la masificación que supone el pret-a-porter.
Observamos su relación con competidores y amigos, como Coco Channel y Hubert de Givenchy (cuyas prendas estuvieron expuestas en el Thyssen-Bornemisza), y con clientas tan ilustres como la reina Fabiola de Bélgica.
Pero, sobre todo, muestra a un hombre extremadamente perfeccionista, con gran hermetismo social (no concede entrevistas, ni sale a saludar tras sus desfiles) y con el más absoluto control de cada parte del proceso creativo.
El mejor resumen de su carácter es que, al retirarse, cierra su empresa porque “Balenciaga soy yo” y el espectador entiende que, más que una cuestión de ego, se trata de meticulosidad. Es triste comprobar que, tras su fallecimiento, sus herederos relanzaron la marca.
Se echa de menos que profundice un poco más en la parte personal, especialmente con su segunda pareja Ramón, que aparece de repente como por arte de magia.
Alberto San Juan está inmenso, como siempre y es entretenida y didáctica a partes iguales.
Tras verla empecé la dedicada a Karl Lagerfeld, aunque no me convenció el tono y el ambiente y la abandoné en el primer capítulo.
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