No sé si es que me he metido en la dinámica de la historia o que realmente es más entretenida, pero la segunda temporada de Destino: la saga Winx me ha gustado mucho más que la primera.
Nuevos personajes llegan al internado de Alfea, otros se despiden, se establece un nuevo orden y surgen historias de amor.
Flora se une a la habitación de las protagonistas y, en un periquete, se convierte en una más. Tiene un pequeño acercamiento con Riven, que le genera algunos problemas con Terra.
Sebastian se presenta como un amigo dispuesto a ayudar para convertirse en el villano de la temporada. Me intriga que todas las famosas brujas de sangre sean, en realidad, brujos. ¿Dónde quedan las mujeres?
Tenemos muchos adioses y muertes en esta tanda. El padre y el hermano de Terra se van dejándola a ella y a Musa desconsoladas. Respecto a la nueva dirección de Alfea, Rosalind es un personaje central siempre más cerca del mal que del bien, pero un tanto desconcertante. Su asesinato, a manos de Bloom, resulta sorprendente. Andreas fallece antes de profundizar en su reencuentro con Sky y da pena el adiós de Beatrix, que estaba más sola que nunca.
Pero no todo van a ser tristezas, el amor también reina en el internado con la consolidada relación entre Bloom y Sky, cuyos intérpretes también son pareja en la vida real; la primera historia, con desengaño incluido, para Aisha; y una tensión de lo más interesante entre Musa y Riven.
Netflix no la ha renovado para una tercera temporada y es injusto porque el final de la segunda es abierto, con Bloom conociendo a su madre biológica. Merecía un cierre en condiciones.
Más sobre Destino: la saga Winx:
Comentarios